El reloj
Por Luciana R.
Había llegado la hora. Así fue como un día decidimos comenzar la búsqueda. Tic-tac. Era mediodía y estábamos de sobremesa cuando lo acordamos. Aún recuerdo todas las cosas que nos dijimos.
Pero resultó que no llegaba tan fácilmente como creíamos.
Tic-tac. Aún estábamos a tiempo.
Seguimos intentando. Tarde o temprano lo lograríamos.
Pero no venía. Tic-tac. Teníamos que hacer algo. Tic-tac. Fuimos al médico, necesitábamos ayuda.
Así la casa y nuestra vida se llenaron de estudios, medicamentos y planes de acción.
Tic-tac: 6 a.m. , hora de salir para Rosario.
A las ocho en punto los análisis. Tic-tac. A las diez la ecografía y a las once la consulta con el especialista.
Otra alarma me recordaba que tenía que tomar una pastilla. Tic-tac. Ahora era el turno de la inyección.
Tic-tac. Las esperas.
Espero en la sala a que me atienda el médico. En la habitación antes de ir al quirófano. En el quirófano para volver a la habitación. En la farmacia. En la calle. En casa. Espero. Y el tiempo vuela. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac.
Espero que suene ese teléfono que solo ha traído malas noticias. Ahora el tiempo se ralentiza.
Espero y desespero.
Tic … tac suena, ese sonido intenta quebrar la quietud como un rayo. Tardo en atender, no tengo el coraje para hacerlo. La llamada dura un minuto y diez segundos. Lo de siempre, no seguimos adelante.
Tic……………..tac. De repente el mundo se suspende.
La niña que iba al colegio, el oficinista que llegaba tarde a su trabajo, el taxi que debía recoger un pasajero por la esquina, el peatón que se disponía a cruzar la calle, la flor violeta que se desprendía de aquel alto jacarandá. Todos pendiendo en el aire, inmóviles, plasmados en un cuadro inmaculado.
Cuelgo el teléfono sin poder decir mucho más que tres palabras. Luego de la pausa, un llanto ahogado.
Tic-tac. Tic-tac.
Y todo se vuelve movimiento.
No hay caso.
Pasan los años. Ahora siento que ya no hay tiempo. Las horas se me escurren, no logro retenerlas.
Tic-tac. ¿Qué es el tiempo?
Cierro los ojos, respiro profundo.
Me veo ahí, sola, desnuda y de pie sobre un callejón estrecho de una ciudad que no reconozco. ¿Dónde estoy? Viene hacia mí un reloj negro. Avanza con su pesado engranaje, devorando vorazmente el tiempo. Es de noche y es invierno. Tengo miedo. Quiero pedir ayuda, pero el grito no sale de mi garganta. La gente en sus casas parece no escucharme. Las luminarias de la calle parpadean, dejándome a ciegas. Tic-Tac. Viene hacia mí. Corro sin rumbo. Trata de alcanzarme, pero no lo logra. Tic-tac. Me tiene cerca. Yo lo siento detrás de mí, puedo escucharlo. Tic-tac. Tic-tac. Me agito. Me falta el aire. Mis piernas ya no responden, pero sigo escapando. Se agrietan mis pies descalzos. Tic-tac. Estira sus largas agujas. Me atrapa y quedo inmersa en una danza de compases perfectos, que giran solo en un sentido. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac.
No puedo salir. Es el tiempo otra vez. ¿Alguien puede escucharme?
Tic-tac. ¿Cuánto tiempo estaré aquí?
Tic-tac ¿Cómo puedo escapar del tiempo? ¿Cómo frenar las horas?
Tic-tac. Abro los ojos.
Son las siete de la mañana y un nuevo análisis me espera.
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