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Crónica de una visita lunar, con olor a lugar sagrado

Por estos días estuve en un lugar increíble, de esos a los que muy pocos tienen acceso,  un lugar con cierto olor a sagrado. O seré yo que estoy entusiasmada. El periodismo de largo aliento te da el privilegio de meterte en mundos  diversos hasta el cuello y después, te  salís de la vaina por compartirlo.

Así que así empieza la crónica de esta visita lunar. El resto…. A esperar el libro!

«Dicen que cuando el recurso escasea, el valor del bien se aprecia. Es la ley de la oferta y la demanda. Lo que sobra, es redundante. Lo que falta, vale más. Así pasa con el petróleo lejos de medio oriente, con el agua en Europa, con la carne en África. Con los embriones, con los ovocitos, con los espermatozoides más capaces en un laboratorio de un centro de Fertilidad.

Por eso los biólogos, devenidos en embriólogos, se manejan con suma delicadeza; delicadeza y precisión. Y por eso me tienen acurrucada contra una pared, en un recoveco del fondo, brazos abajo, quieta, observando.

Cualquier mal movimiento podría terminar con la esperanza de dar vida con  su propia genética de una pareja que allí afuera en el mundo real, aguarda expectante.

Aquí adentro todo sucede como en cámara lenta. Hay tres cerraduras electrónicas con claves de seguridad para entrar y varios filtros de aire. Todos nos hemos lavado las manos con obsesión y lucimos un ambo y cobertores descartables de pies a cabeza, con barbijo y todo, como esos trajes espaciales que usan los padres cuando entran a la sala de parto. La temperatura es fresca. Las luces, leves…»

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