Señales: ¿Dónde están?
Por Vanesa C.
Hay quienes afirman que en la búsqueda de la maternidad, las señales juegan un papel importante. La cuestión es algo así: si de camino a la clínica para hacerte una transferencia embrionaria encontraste un chupete tirado… ¡Bingo! Sos una de las afortunadas. La señal es fuerte y clara: el chupete indica embarazo, y ese embarazo va a ser tuyo, porque ¡vos lo encontraste! Pero, ojo, si en cambio no encontraste absolutamente nada, excepto un tránsito de locos y todos los semáforos en rojo, estás en el horno. Parece que esta vez, no será. No importa que tu endometrio esté divino ni que te haya dado bien la progesterona, ni que tengas un embrión A. Si no hay señales, sonaste.
Las que las recibieron aseguran que la importancia de las señales radica en que vienen del más allá. Aparentemente Dios ya tiene 5G y te las manda directamente ÉL. Por eso son tan fuertes e importantes.
La cagada es cuando a vos no te manda nada. Yo creo que perdió mi número o San Pedro se lo dio mal, porque no las estoy recibiendo. Imaginate, la que no encuentra una pluma (que se supone que es del ángel de la guarda anunciando que está cerca y pronto cumplirá tu deseo de ser madre) encuentra una vaquita de San Antonio, o se le mete un murciélago en la casa. Si, ¡un murciélago! Parece que son buen augurio. En fin, las únicas plumas que yo encuentro son las de los pájaros que caza mi gato y en casa solo entran moscas.
Todas las que comparten estas historias maravillosas de señales tienen a sus bebés en brazos. Claro, con el diario del lunes es más fácil. La cosa es que a mí me pone un poco mal no recibir ninguna señal. Leer estas historias mágicas y llenas de señales divinas hace que la mía parezca común, demasiado terrenal y carente de un final tan glorioso.
Previo a mi última transferencia, muerta de miedo y buscando quizás excusas que lo justificaran, pensando en las señales y en la magia que me faltaba, lo charlé con mi psicóloga. Ella me hizo ver que seguramente las que ven este tipo de cosas es porque las buscan y que eso no era tan importante. “Vane, concéntrate en lo real. Quizás esta vez te embarazás y después digas que lo hablaste conmigo y eso era una señal”, me dijo. Nos reímos juntas. Y me di cuenta que, una vez más, mi mente estaba tratando de buscar problemas donde no los había.
Mi historia con las señales dio un giro inesperado. Llegó el día previo a la transferencia y cuando me había olvidado de ellas, empezaron a llegar. ¡Ay, qué feliz estaba! Finalmente Dios había dado con mi número. Se ve que como antes no me había enviado ninguna, esta vez había decidido mandarme varias señales para que me quedara tranquila. Me iba a embarazar.
La primera apareció en el almuerzo. Llegamos medio tarde a Buenos Aires y muertos de hambre nos sentamos a comer en el primer bar que encontramos. El día estaba divino así que nos instalamos afuera. De repente una abeja volaba en círculos a mi alrededor. Le dije a mi marido: “¡Mira, una abeja!” Él me miró con cara de “¿A esta qué le pasa?” y me contestó: “¿Por qué estás tan sorprendida si no es la primera vez que ves una?”. Se ve que mi euforia al mencionar el insecto, lo descolocó. “Si, pero en el medio de la ciudad… es raro ¿O no?”, argumenté. Hizo un gesto de poca importancia y cambió de tema. Pero yo sabía que podía ser una señal: no hay tantas abejas en Capital como en el campo, me dije. Así que googleé: “¿Qué significa cuando aparece una abeja?”. Y Dios Google me dio la respuesta que buscaba: “El ingreso de la abeja traerá buena suerte y además afirman que trae consigo el anuncio de esperanzas”. Con una sonrisa por haber recibido la primera señal, terminé mi almuerzo.
La segunda llegó el día de la transferencia. Una de las auxiliares de la clínica me caía particularmente bien; y dio la “casualidad” que era ella quien acompañaba a mi doctora en la última consulta. Así que le dije: “Tenés que venir al quirófano el día de la transferencia. Me encantaría que estés vos. Me traés suerte.” Con una sonrisa me dijo que lo iba a intentar, pero que no podía prometerme nada. Y ahí estaba ella ese día: segunda señal. La chica dulce que me trae suerte acomodó sus horarios para acompañarme en un día tan importante para mí. Encima cuando terminó el procedimiento, charlando de todo un poco, descubrí con alegría que cumplimos años el mismo día. Espontáneamente mi doctora dijo: ¡Es una señal!
Yo no podía creer lo que estaba ocurriendo. Ya tenía dos señales y esta segunda era tan fuerte que no solo yo la había visto: mi médica también. Pero la cosa no termina ahí. Como frutillita del postre, el día de la beta iba a ser el 8 de mayo. ¿Sabés qué día es? ¡El día de la Virgen de Luján! Ese día tiene un plus en nuestras vidas, es el día que bautizaron a mi marido. ¿Podía ser todo más perfecto? Salí del quirófano con una sonrisa de oreja a oreja y convencida de que esta vez las cosas podían llegar a tener el final feliz que tanto deseaba.
Pasaban los días y cada vez que la ansiedad me ganaba en la betaespera, recordaba las señales, lo que me aseguraba que el universo se había acomodado a mi favor. Llegó entonces el día de la prueba de la hormona Beta hCG, para saber si estaba embarazada o no. Y el resultado fue negativo.
Para esas alturas, ya me había olvidado de todas las señales y lo único que hice por varios días, fue llorar para aliviar mi pena. Sin embargo, algo aprendí de todo esto.
Aprendí que la frase “el pasto del vecino siempre es más verde” , no puede ser más verdadera. Siempre vemos lo que nos falta y lo que otros tienen. En este caso, yo veía las señales. Sin embargo las tuve todas y tampoco funcionó. Aprendí que no se trata de magia, sino de cuestiones biológicas que nos exceden por completo. Y que la línea directa con el más allá, no existe. Lo que existe es la fe y la esperanza. Aprendí que vemos lo que queremos ver y que la mente suele ser traicionera. Ví señales porque las busqué, porque mi mente las necesitaba para vivir el proceso mejor o para rumiar y generarme problemas (o soluciones) donde no los hay. Aprendí un poco más de mi cerebro, su funcionamiento y algunas estrategias para encaminar mis pensamientos.
Que en mi afán por tener el control, o cierta certeza, en un camino tan incierto, recurrí a cosas tan estúpidas como una abeja volando sobre mi cabeza. Ahora que lo pienso, me siento insensata y hasta me da vergüenza contarlo.
Si yo aprendí, hace rato, que en este camino nada te garantiza nada, me pregunto por qué todavía no aprendí a soltar y a confiar. Sigo buscando respuestas que nada ni nadie tiene. Tan simple y tan complejo como eso, esperar a ver qué me depara el destino, vivir mejor el proceso. Sin dudas, aunque ya aprendí bastante, ¡cuánto me falta todavía!
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