EL OTRO LADO DEL ÁRBOL. En el nombre de la hija
Nota publicada en Revista Viva (Diario Clarín), el domingo 14 de julio de 2013Gente Solidaria. La mamá de una nena que murió de cáncer creó en La Plata, desde el amor, el empuje y el homenaje, una biblioteca para chicos, que además de tener su espacio fijo recorre centro de salud.
“”. Paula Kriscautzky recuerda aquella frase como un mazazo. Pilar Andicoechea, su hija de cinco años, y la valentía con la que estaba enfrentando su cáncer terminal, eran reducidas a un tejido maligno, a su pavorosa enfermedad. Venían intentando con la familia que sus últimos meses fueran una verdadera celebración a la vida: Pi –como la llamaban- había jugado como nunca con sus hermanos, con sus amigas, había bailado, viajado a las Cataratas del Iguazú – el escenario soñado de , su película preferida de Disney-Pixar-, se había despedido del mar como la fuerza que ninguno de ellos hubiera imaginado tener. Pilar, con sus bucles castaños y su cuerpo chiquito salía de las sesiones de quimioterapia bailando como Michael Jackson, soportaba inmóvil dentro de la máquina en la que le aplicaban rayos, le regalaba una sonrisa esforzada a su mamá que jugaba para ella y le leía sus cuentos cuando no podía moverse. Entonces Paula pensó que Pilar se merecía otra cosa. Que ella no era un órgano afectado ni una patología. Que tenía sueños, frío, hambre, caprichos, que sentía. Pensó en la falta de contención emocional del mundo médico frente a la muerte que se acercaba, en cómo tuvo que pelear para que ese lugar donde Pi estaba internada no se transformara en una tumba anticipada, en que un niño enfermo no deja de ser un niño y en que ningún otro niño y ninguna otra familia debía pasar por eso. Ese fue el día en el nació, .
“Yo sentía que Pilar merecía un homenaje de la misma intensidad de su vida”, dice ahora –tres años después- mientras camina entre los árboles del Parque Saavedra, uno de los espacios verdes más grandes de la ciudad de La Plata, donde funciona el proyecto Cultural y de Salud creado para honrar la vida de la nena. Todo se fue dando “sin buscarlo demasiado, cómo mágicamente”, suspira. Un día, cuando Pilar ya estaba enferma, se encontró en la intersección de las calles 13 y 69 eclipsada por una escultura de madera con la forma de una nena que mira hacia abajo, con los brazos hacia atrás. Entonces se imaginó que a su hija le gustaría tener una obra así dedicada a ella, que sería un buen regalo para hacerle en vida y que la trascendiera. Miró la firma y contactó por Facebook al escultor Fernando Rigone.
“No me gustaba la idea de hacer una escultura mortuoria. De hecho había rechazado algunas propuestas de este tipo. Pero cuando recibí el mensaje de Paula pensé: La fui a conocer a Pilar, que para entonces casi no hablaba ni comía, y a pesar de su estado vi en ella una fortaleza impresionante. Y me conmovió el esfuerzo de Paula y del Vasco (el papá de Pilar) por darle la mejor vida posible”, cuenta el escultor, quien realiza intervenciones urbanas mientras vive de su trabajo como docente y en la Universidad Nacional de La Plata.
Los materiales para la obra se demoraron y Pilar murió antes de que la escultura estuviera terminada. Pero un tiempo después entre Fernando y Paula –separada del papá de Pilar- empezó una relación que a ella la salvó del naufragio y que hoy continúa. “En mi fantasía, siento como si Pilar me hubiera dejado protegida”, dice.
Sus hermanos, Santiago y Clarita, o su mamá le leían a Pilar cada noche uno o dos cuentos antes de dormir. No había dinero para lujos -Paula es maestra jardinera y el Vasco, actor-, las vacaciones eran de prestado, se movían en bicicleta, pero cada mes la visita a la librería del barrio era una celebración familiar.
Con la muerte de Pilar y el comienzo del duelo, Paula empezó a darle forma en su cabeza a la idea de crear una biblioteca itinerante con los 200 libros de su hija, que además de tener un espacio fijo recorriera hospitales y centros de salud. Quería que la literatura, la posibilidad de soñar, imaginar y jugar a través de los libros, llegara a todos. “Y cuando digo todos, es todos. No importa si un niño está enfermo o sano, si es argentino o extranjero, si tiene o no discapacidad”, asegura mientras sostiene una edición elegante, con dibujos en relieve y la parte superior de las hojas caladas en braille. Meses atrás la mamá de una nena ciega le escribió para agradecerle por haberle hecho sentir a su hija que personas como ella también tenían un lugar.
Paula sonríe con sus ojos chiquitos, tristes, verdes, acuosos, casi cristalinos. Está sentada en una de las diminutas sillas de su sueño cumplido, rodeada de almohadones chillones y mesitas de colores, debajo de tules celestes y blancos que cubren el techo. Por la puerta y las ventanas se ven las hojas de los árboles. Está rodeada de ejemplares relucientes que han sido donados, nuevos, siguiendo un catálogo guía: lo mejor de la literatura infantil. Como el espacio, al que llaman “colectivo” porque es una confluencia del esfuerzo de 60 amigos y vecinos que se fueron acercando, nada de lo que hay allí ha sido hecho individualmente.
“Tenía que ser acá”, sentencia Paula. Cuando Fernando, que trabajaba en un taller a pocos metros, le contó sobre ese pequeño container abandonado, ella se avocó a conseguir que la Municipalidad se lo cediera en comodato. “Este era uno de los parques a los que veníamos con Pilar a jugar”, recuerda el Vasco, que se ha sumado a la conversación. Al principio le costaba acercarse a la biblioteca; ahora la siente un lugar de pertenencia. “Es un espacio plural, que nos contiene a todos desde el amor, la energía, la fuerza, desde los grandes temas que impiden entrar en cuestiones pequeñas”, dice. Y con Paula enfatizan en el proyecto como un lugar de resiliencia grupal, disparador “de la sensibilidad de las personas”.
, una historia de amistad entre una anciana y una niña, de la ilustradora francesa Mandana Sadat, era el libro preferido de Pilar. Varias de sus escenas se reproducen en las paredes exteriores de la biblioteca. Conmovida por el proyecto Sadat les envío desde Francia varios ejemplares.
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Es un domingo de sol. Frente a la biblioteca unos 200 niños se agolpan sobre canastos de mimbre llenos de libros o corren hacia otras actividades. La Asociación Civil fue elegida por la Fundación Filba para clausurar la primera edición del Festival Internacional de Literatura Infantil (Filbita).
“Es un proyecto que nos habla de la increíble profundidad del lugar del libro, de la posibilidad que nos da de trascender los límites, todos, hasta los de la vida; de generar vínculos entre diferentes generaciones, de hacernos seres más humanos”, explica Larisa Chausousky, responsable de contenidos del Filbita.
, como cualquier biblioteca abierta a la comunidad, da a la gente mayores y mejores posibilidades de acercarse a la enorme variedad de libros que están circulando. En el caso de ésta, rodeada de árboles y fundada por una madre que perdió a su hijita, me parece un ejemplo de amor y de lucha; de lucha, entre otras cosas, por no morir de tristeza. Pilar, la nena, leía mucho durante su internación. También compartía sus libros con otros chicos internados. ¿Qué mejor homenaje para ella que crear una biblioteca nutrida, vital y rodeada de verde? Mi paso por aquí es inolvidable”, opina la escritora Silvia Schujer, invitada para el cierre del festival.
Unos días antes de aquel evento, otros niños se entusiasmaban de la misma manera con los libros en el pasillo del Hospital Zonal Dr. Noel Sbarra, ex Casa Cuna, donde esperaban ser atendidos. En el piso de la sala de espera, justo debajo de un cartel de Odontopediatría, Sheila hacía volar un libro con títeres, Araceli dibujaba un cuento que acababa de leer y Román viajaba por el mar, absorto en una historia sobre ballenas.
La ONG también visita la Casa Ludovica, donde viven niños que son tratados en el Hospital Sor María Ludovica. “Es un espacio vital para ellos. Nuestro aporte, en lugares como este, excedidos en las necesidades, es transformar e ir instalando la idea de que esto también es necesario”, señala Claudia López Lombardi, una de las voluntarias en el proyecto de Salud.
Las puertas de la biblioteca de Parque Saavedra están abiertas de lunes a viernes para las escuelas; es el paseo más buscado por los jardines de infantes según el Centro de Inspección, nivel inicial, de la Dirección General de Cultura y Educación de La Plata. En un espacio contiguo se dan talleres de fotografía, plástica y pintura y una vez por mes se monta una “Bebeteca”, para los más chiquitos.
Los sábados por la tarde las familias se instalan con sus reposeras mientras los chicos ven a algún artista que se acercó voluntariamente, leen o escuchan un cuento.
Con la misma metodología, ya inauguraron sedes en las ciudades bonaerenses de Bolívar y Olavarría.
La ONG se sostiene con el trabajo de 60 voluntarios y con la venta de distintos productos: prendedores con el logo (un autoretrato de Pilar), tortas, un CD que grabaron ad honorem distintas bandas de rock y dos libros donados por sus autores. Reciben el apoyo de una empresa, de la agremiación médica platense y de la Provincia de Buenos Aires. Desde este año forman parte de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares.
Durante la gran inundación que afectó a La Plata este año todo el barrio Meridiano V donde queda , más conocido como la zona del Hospital de Niños Sor María Ludovica, fue afectado por el agua. Aquella mañana muy temprano Paula se acercó a la biblioteca dispuesta a encontrarse con lo peor. Pensaba:
Lo que vio la dejó helada. Se encontró con un gran surco en el barro oscuro y completamente blando, que rodeaba la Biblioteca y que había hecho de protección desviando el agua. Adentro, la sequedad absoluta, ni una gotera agonizante.
“Queda mal decirlo, pero yo ya he visto un par de hadas y de duendes- dice Paula con una media sonrisa- . Y aunque todos tengamos adentro, como dice (Alejandro) Dolina, un refutador de leyendas, sí se puede creer y elegir de qué manera vivir. Siempre existe el otro lado del árbol”.
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