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Empantanada

Por M.

 

Me siento a escribir pensando en cómo fluye esta búsqueda y lo primero que se me viene a la cabeza es un pantano. Busco la definición y la inteligencia artificial anuncia: terreno bajo, húmedo y con abundante vegetación donde se estanca el agua de forma natural.

Eso siento: estoy estancada, como ese agua que no puede salir porque está anegada. Sin dudas, el exceso de pensamiento inunda mi capacidad de ser efectiva y asertiva con mi forma de vivir mi día a día.

Un trabalenguas, pero así es como lo siento. “Pepe Pecas pica papas con un pico, con un pico pica papas Pepe Pecas”, (no sé si queda..)

Yo me cuento esta historia y, como si pudiera vivirla como un observador no participante, la escucho una y otra vez.

Guadalupe, Ramón, Milagros, Walt Disney, Clarita, Mosaiquito, Inés, El Bryan…

Cuando buscamos nos quedamos al mes; y Guadalupe estuvo con nosotros un poco menos de diez semanas, aunque su corazón se había detenido antes. Nunca estuve tan triste en mi vida, pensé que no volvería de eso. Cuando nos hicimos estudios nos dijeron que un tratamiento de alta complejidad era nuestra única opción, pero en ese momento no era nuestro camino y nos ilusionamos con los mellizos que aparecieron más de un año y medio después. Durante diez gloriosas semanas Ramón y Milagros nos devolvieron la esperanza y nos sellaron a fuego que sí podíamos. Por segunda vez, nos quedamos con los brazos vacíos. Seguimos adelante y ante la ausencia de un positivo cedimos ante los tratamientos. Durante 2023 hicimos dos. El primero fue duro, todo era nuevo y encima Walt Disney – el embrión congelado – quedó en su ilusión del fantástico mundo. El segundo, nos agarró con más “experiencia” y obtuvimos un embrión sano y otro mosaico pero transferible. A Clarita me la transfirieron el día de nuestro tercer aniversario de bodas. Con una ilusión enorme esperamos el tiempo indicado con ansiedad, pero con paz, entregándonos. Con la beta negativa se nos cayó el alma al suelo sabiendo que aún teníamos una chance con mosaiquito. Lamentablemente el resultado fue el mismo, no pudo anidar y la desilusión fue total. Nos sentimos abatidos, derrotados y sin recursos para seguir adelante, pero seguimos. Llegó el diagnóstico de la trombofilia que pretendió justificar, de alguna forma, todo lo que nos venía pasando. Ese mismo mes de forma inesperada, apareció Inés. Fue un embarazo fugaz, pero vino a decirnos ustedes pueden después de dos años de no poder. Las betas subían de forma lenta y en poco más de siete semanas me intervinieron para mandarla a analizar. La causa era cromosómica. Siendo el tercero creí que dolería menos pero no, era la costumbre . Quise saltearme el duelo, pero luego de unos meses tuve que hacerme cargo. Empezamos un nuevo año siendo tres, sin saberlo. Otra vez nos tomó por sorpresa. Quisimos vivirlo con cautela sin anunciarlo con bombos y platillos, pues la historia podía  predecir el final que no queríamos. Cuando a las siete semanas y pico vimos su corazón latir, nos regocijamos de alivio. Fue el enero más lindo de nuestras vidas. Todo era gozo, todo era felicidad y todo fue proyectar porque ya éramos tres. En una ecografía de rutina, casi a las nueve semanas,  su corazón inmóvil –una vez más– nos indicó el final trillado. El análisis nos dijo que era varón y que no tenía ningún problema aparente. El Bryan nos lo anunció en la cara: Jaque mate. 

Esto fue lo que pasó, esto es parte de nuestra historia, pero me niego a pensar que esto será todo. Vivirlo y tomarlo de una forma distinta depende de nosotros. Salir del pantano y hacerlo fluir es nuestra responsabilidad.

Después de tantas ilusiones y desilusiones sin dudas no soy la misma. Cambié para siempre. Quiero abrazarme, consolarme y sentarme a llorar hasta que no queden lágrimas por derramar. Empezar a hablarme con amor y compasión. Tratarme como a una mujer a la que le han sucedido muchas cosas que la pusieron a prueba y que hizo lo que pudo con lo que le tocó.

Me gustaría recordar lo fuerte que fui en todas y cada una de las pérdidas de los embarazos. Que en cada histeroscopia, aborto o ecografía puse la energía que no tenía para poder sobrellevar el momento. Que con humor y sarcasmo descomprimí momentos de la pareja, familiares y sociales.

También me gustaría habilitar mi enojo. Animarme a duelar todos y cada uno de los bebés que no pude conocer. Tomarme el tiempo para sanar y volver a empezar con la energía que lo requiere. Habilitar mi rabia y la impotencia que me causa no poder controlar el destino de mis embarazos.

Estoy sumergida en el pantano. Tanta información, tanto movimiento, tanta búsqueda me abrumó. Me está por tapar el barro, me llega casi a la nariz, estoy al borde de tocar fondo. Necesito recordar que no todo está tan mal, que no es tan imposible como algunos médicos nos dijeron y, por sobre todo, que más allá de esta búsqueda existe el presente. Todo lo que sí tenemos y vivimos es una realidad, está ahora y no quiero perderme en el camino.

Deseo recordar mis años de coach queriendo ayudar a otros a sacar la luz que trajeron al mundo. Esa época donde me valoraba y no me comparaba, donde registraba mis emociones, les ponía nombre y apellido y las laburaba una por una mirándolas a la cara. La época donde no me sentía menos por no ser o no tener algo diferente a los que me rodeaban.

Deseo volver a mí. 

Pretendo que aparezca la M. evolucionada. Que supo transformar el barro y lo moldeó para darle sentido a aquello que en un momento era oscuro y amorfo. Que dio significado, aprendió y hasta agradeció el haberlo vivido para resurgir de lo más profundo del pantano.

Quiero vivir esta, me sale “última”, búsqueda de la forma más libre y genuina posible. Creyendo realmente que somos fértiles, porque lo somos, y que, así como pasó otras veces, es una posibilidad lograr un nuevo embarazo y que llegue a término. Cambiar ese final trillado. Creerlo, vivir y vibrar en esa sintonía. Darlo todo por este gran anhelo que tenemos. Pero en el medio, no olvidarme de vivir.

 

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