Los frutos de la siembra
TEXTO LUCIANA MANTERO
Hay una puerta gris de chapa justo pasando por debajo de la autopista 25 de mayo, en San Cristóbal, que al abrirse te sacude. En un barrio tranquilo, no invita a miradas invasivas ni se abre de par en par. Por dentro, es custodiada con sumo cuidado. Allí, al pasar este umbral, empieza esta pequeña aventura que me recuerda que la infancia no es sagrada para todos, pero es fértil, maleable, y siempre a tiempo de encarrilarse hacia un destino mejor.
Los gritos ensordecen y no dan lugar a dudas: es un mundo de niños. Son 25 y viven allí porque en sus casas sufrían algún maltrato. Crecieron con la letra escarlata, parias de un entorno amoroso. Aquí, en la asociación civil Soles en el Camino, algunos empezarán una transformación.
Ahora juegan a las cartas, a la pelota en el pasillo que bordea las cinco habitaciones repletas de camas, corren y una bebé se tambalea en sus primeros pasos. Es un caos infantil. Es preciso recalibrar la mirada hasta sintonizar con la frecuencia adecuada. Es hora de cosechar.
La huerta es un lugar especial para los niños. Es una actividad semanal que organizan voluntarios. Junto a los chicos, ellos mantienen las plantas, las hierbas y las flores, siembran, organizan el regado, recogen su legado y lo llevan a la mesa.
El verde venía creciendo rebelde por tanta lluvia y entonces las narices se nos llenan de pasto recién cortado; también del olor alimonado del cedrón. Hundir las manos en la tierra blanda, rellenarse las uñas de polvo provoca el primer sacudón a mi mundo pulcro, estéril, adulto. Lourdes pasa con una carretilla llena de hojas resecas. Axel lleva un rastrillo que lo supera en altura. Thiago y Xumara tironean de rodillas, en equipo, una calabaza. Érica riega la planta de berenjenas y hace barro, mucho barro, tan negro como sus rulos afro y pegajoso como el chicle que masca, y pone cara de felicidad.
La mayoría de los niños llega con un alto grado de violencia contenida, en un estado de alerta y ansiedad. En el lugar, y especialmente en el proyecto de la huerta, aprenden a esperar que los frutos maduren, trabajan lo vincular, el respeto por ellos mismos, por los demás y por el ecosistema. La tierra amortigua.
Una vez tres hermanitos que habían llegado un viernes destruyeron la huerta a palazos en el fin de semana. Después ayudaron a rearmarla. Entendieron con el tiempo que esa era su casa, que ellos también podían cuidar y que merecían ser cuidados. Más tarde disfrutaron tanto como hoy disfrutan sus compañeros de arrancar las frutas con la mano y comérselas a borbotones; hasta chuparon los limones más ácidos del lugar.
Hoy hay melón, rúcula, zapallitos con sus flores amarillas y espléndidas, lavanda, mandarina, tomate, caléndula, hierbabuena para el té. La producción y los niños van rotando, a medida que encuentran familias adoptivas; el grupo de voluntarios que sostiene la huerta permanece.
Hace cinco años que Cecilia Darricarrere llegó desde el barrio de Caballito a Soles en el Camino a través de una técnica del INTA que trabajó en la huerta original. La horticultura es su hobbie y, a través de ella, canaliza sus ganas de ayudar. Marcela Benbassat, en cambio, vive en Belgrano. Es paisajista y estudió producción orgánica vegetal. La Fundación Huerta Niño la conectó y, ad honorem, pone en práctica los conocimientos de los que vive. El trabajo es educativo y terapéutico. El lugar no se sustenta con la cosecha y la actividad del día se adapta a lo que los chicos necesitan. Aún recuerdan con una sonrisa cuando se disfrazaron de verduras para una obra de teatro. Ese día, la remolacha y la zanahoria fueron a la peluquería. Los chicos quedaron encantados.
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Es la hora de cocinar. El menú de la noche será calabaza recién cosechada a la napolitana. Niños de distintas edades se sientan alrededor de una mesa rectangular, se aprestan a cortar, con cuchillos de plástico o de punta redondeada, rodajas de aquella verdura, todos concentrados. Después se dedican a pelarlas y, al final, las trozan con persistencia y algo de meticulosidad. Algunos están aprendiendo a cortar guiados por los voluntarios o el personal del hogar. Otros se muestran ya habilidosos. La producción se deposita en una asadera con algo de aceite, luego va al horno… y a esperar.
El premio por la dedicación son pedacitos de melones autóctonos que saben dulzones. Los comen mientras escuchan Tan Biónica, el grupo de rock del momento. Resuena la canción La melodía de Dios en aquellas paredes que desde hace tiempo son hogar de niños en proceso de transformación, soles en un camino hacia amaneceres más esperanzadores.
Fue allí donde antes funcionó la Fundación Luz, también hogar transitorio. Disuelta la ONG, la casa se alquiló y más tarde fue donada a Soles en el Camino. De Fundación Luz queda un mural con venecitas que forman figuras de niños jugando con animales y frutos, viajando por barco en mares con aroma a jazmín, subiendo escaleras de menta hacia el cielo.
“Nuestro trabajo es que salgan a otra vida. Poner una semillita para que cambie su historia”, dice Laura Retamar, trabajadora social y coordinadora del hogar. La asociación se mantiene con donaciones de particulares, en su mayoría en especie, y con las becas por niño que cobran del Gobierno de la Ciudad. “Hay gente que viene a lavar culpas, otros que están esperando recibir. La cuestión del voluntariado funciona cuando sos flexible, cuando no esperás. Con el tiempo viene el agradecimiento, nunca como uno lo espera. Una señora traía dulces cada vez que venía. Los chicos le decían ‘Señora caramelo’. Más que a dar, se trata de acercarse a compartir”.
Cae el sol en San Cristóbal y las calabazas crepitan en el horno. Con Cecilia cortamos tomate, también de la huerta, para completar el plato. Se acerca Matías, de unos seis años, y se le sienta al lado. Le pide insistente un pedazo. Ella se lo niega. Le explica que es para la noche. Le pregunta si ve algún otro niño comiendo. Le marca un límite. Otra vez, le enseña a esperar.
Como conectarse:Asociación civil Soles en el Camino
(011) 49421737
solesenelcamino@hotmail.comwww.solesenelcamino.org.ar
Nota publicada en la Revista Tercer Sector Nro 95
http://www.tercersector.org.ar/ediciones_anteriores.php
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