Margarita Barrientos nació en el pueblo de Añatuya, en Santiago del Estero, en el 61. La madre contrajo el mal de Chagas y murió de leucemia cuando ella tenía apenas 12 años. También 12 eran los hermanos. A poco de morir la madre, el padre los abandonó.
Retrato de un personaje
En la crónica de Luciana Mantero abundan los pliegues, dobleces en el relato de la autora y en los cuentos del personaje. Es que la crónica es ya un género complejo, en el que se cruzan los más diversos criterios de legitimación, a veces, incompatibles entre sí. Esa tensión es, justamente su rasgo más original y cautivante. ¿Cuál es el límite entre lo real que se quiere contar y la percepción del cronista, formateada ya por su biografía, por su imagen del mundo? “Perros que no ladran”, decía Michel de Cúneo para describirle a Jerónimo Annari la fauna de las Indias. Sin embargo, a pesar de las deformaciones, las crónicas de la conquista no pierden su valor testimonial: son el documento más rico para pensar el encuentro de los europeos con un mundo que se les aparecía extraño. En este caso, la autora escribe contra todos los lugares comunes con los que se suele signar la pobreza para dar cuenta de la realidad de un personaje a punto de ser domesticado por su imagen pública.
Margarita llegó a Buenos Aires huyendo de la pobreza. En José C. Paz, se reencuentra con su hermano mayor. Allí también conoce a su amor, Isidro Antúnez. A partir de ese encuentro, comienza la previa de la Barrientos pública. Trabajan a destajo, él en la quema de Lugano, de donde obtiene sobras para alimentarse y basura vendible; ella cirujeando y limpiando en casas de familia. Con lo que ganan y con una pensión que cobra Isidro por invalidez –perdió un brazo mientras trabajaba con un volquete–, compran un terrenito en la Villa 20. Comienza a tomar forma la vocación humanitaria de Margarita.
Cuando los beneficios de la quema comienzan a disminuir por los controles, Isidro consigue un carrito desvencijado y sale a recorrer las calles para juntar cartón y otros materiales reciclables. Más tarde compra un caballo. La cosa mejora, pero en la Villa 20 no hay futuro. Se mudan al barrio Los Piletones. Allí construyen una casa con chapones rescatados de la quema, progresan, se afincan. Allí también, Margarita Barrientos funda su comedor comunitario, el 7 de octubre de 1996, aclara con precisión.
Su trabajo se va haciendo público y los medios periodísticos se interesan por esa mujer que con 10 hijos a cuestas sale a cirujear para darles de comer a otros 100. En diciembre de 1997 es nombrada Vecina Ejemplar de la Ciudad de Buenos Aires. En 1999 gana el concurso La Mujer del Año. En octubre de 2011 la Legislatura porteña la declara Ciudadana Ilustre.
Más de lo que se ve
“El mayor desafío de este libro –dice la autora– fue abordar y mostrar la complejidad de un personaje como Margarita y la del mundo que la rodea, sin caer en miradas paternalistas, santificadoras o maniqueas. Cuando pasás más de un año y medio entrevistando y acompañando a una persona, toda la teoría de la distancia óptima y la objetividad del periodismo se torna casi una utopía”. Sin embargo, es de esa utopía que se alimenta toda crónica: no se trata sólo de observar y registrar, es necesario un anclaje humano, un punto de vista que diga más de lo que cualquiera puede ver por sí mismo. Ese agregado es lo que aporta Luciana Mantero en este trabajo.
«Yo no creo que haya nada más feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad, ni que escribir periodismo sea una prueba piloto para llegar, alguna vez, a escribir ficción», sostiene Leila Guerriero, cronista argentina que publica en medios locales y extranjeros, y que piensa, como algunos de sus maestros, que la no ficción nada tiene que envidiar a la mejor narrativa. Como ella, decenas de periodistas y escritores se han volcado, en los últimos años, a la escritura de este género que atraviesa un momento de esplendor en América Latina, donde gana espacio en revistas especializadas, diarios y catálogos editoriales, al mismo tiempo que se multiplican los talleres de escritura, los concursos y premios a él consagrados.
Entre las nuevas camadas de jóvenes cronistas están quienes se proponen la reconstrucción literaria de sucesos reales, libres de las imposiciones de las urgencias informativas y al margen de las formas tradicionales de estructurar la noticia. Continúan así una tradición que en Latinoamérica iniciaron escritores como Rubén Darío y José Martí, y siguieron, a partir de los años 50 y 60, el colombiano Gabriel García Márquez, los argentinos Rodolfo Walsh y Tomás Eloy Martínez, los mexicanos Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Alma Guillermoprieto. Están también aquellos que, avalados por los medios en los que trabajan y sin apartarse del todo de los formatos periodísticos tradicionales, se atreven a incorporar algunos elementos de la crónica, con el fin de profundizar la exposición de cierta realidad o hacer más atractiva la descripción de determinados sucesos. Las buenas crónicas tienen el poder de mostrar un panorama definitivamente más rico y complejo que el que alcanzan a mostrar las «noticias».
En Buenos Aires, Josefina Licitra, Luciana Mantero y Silvina Premat abordaron, en sendos libros, historias que tienen como marco distintos asentamientos de la Capital y el Gran Buenos Aires. Para ello, pusieron en práctica nociones básicas del género: Licitra, construyendo una crónica que se disfruta tanto como una buena novela; Mantero, combinando ciertos recursos de la crónica con el formato de la biografía; Premat, haciendo un uso reconocible de algunas herramientas narrativas e incorporando la primera persona al relato.
Las distintas realidades que se propusieron contar llevaron a estas tres periodistas a vivir experiencias y recorrer escenarios particulares. Licitra (que antes había publicado Los imprudentes. Historias de la adolescencia gay-lésbica en la Argentina y en 2004 obtuvo el primer premio Cemex+FNPI por su crónica «Pollita en fuga») se prestó durante un año y ocho meses al trabajo de campo, en el partido de Lanús, a orillas del Riachuelo. Los otros. Una historia del conurbano bonaerense (Debate), resultado de ese trabajo, relata el enfrentamiento de dos grupos locales, en el marco de la pobreza más sombría. Mantero, autora de Margarita Barrientos. Una crónica sobre la pobreza, el poder y la solidaridad (Capital Intelectual), pasó dos años yendo y viniendo de la villa Los Piletones, viajó a Santiago del Estero con la familia de la mujer que da de comer a mil quinientas personas por día y entrevistó a personas de su entorno (políticos, periodistas, famosos, amigos y enemigos de Barrientos), para reconstruir la historia de la líder solidaria. Silvina Premat, por su parte, trabajó en ocho asentamientos de la ciudad de Buenos Aires, sobre los que ejercen influencia los curas que continúan el trabajo iniciado por el sacerdote asesinado durante la última dictadura, Carlos Mugica. En ocho meses de investigación, la autora entrevistó a diecisiete sacerdotes.
Caleidoscopio
En un principio, Licitra se propuso escribir narraciones aisladas que, a modo de caleidoscopio, aportaran una visión del conurbano pero la idea no le cerraba del todo. Entonces, alentada por una editora, tuvo una buena idea: llamar a un conocido suyo que trabajaba en el programa Policías en acción , subirse con el equipo de grabaciones al móvil con que recorrían algunas de las zonas más marginales de la provincia de Buenos Aires y confiar en la suerte: lo primero es dar con una buena historia.
Pasó muchas horas en el móvil, durante varias noches. Estaba a punto de rendirse, vencida por el cansancio y el tedio, cuando después de mil vueltas, vio a cuatro nenes y una anciana sosteniendo un poste de luz que amenazaba con venirse abajo sobre una casa precaria. La imagen le pareció una postal de la desolación y el desamparo. Ésa fue la punta del ovillo de una búsqueda que la condujo a las calles de Lanús, sus baldíos, sus patios, sus casas. La búsqueda que la llevó a conocer a personajes que parecerían literarios pero son bien reales.
En un paraje desolado del partido con mayor densidad poblacional del conurbano bonaerense, encontró un muro que divide dos grupos de vecinos enfrentados. De un lado viven los habitantes de Villa Giardino, un barrio de inmigrantes italianos, de clase media empobrecida; del otro, un asentamiento de indigentes, llamado Acuba. Villa Giardino («Villa Jardín») se levantó con el esfuerzo de un grupo de italianos que llegaron al país después de la Segunda Guerra Mundial, en épocas en que Perón alentaba la inmigración, soñando con el progreso, que no llegaría nunca. Acuba, sobre los basurales de una curtiembre tomados en pleno menemismo por familias indigentes, agrupadas bajo el ala del puntero Marcelo Rodríguez.
Entre «los tanos» y «los negros» no hay convivencia posible: ellos viven en guerra, mientras el resto del mundo los ignora. Entre ellos, hay un muerto: Héctor Daniel Contreras, un cartonero de 16 años, habitante de Acuba, que cayó durante un enfrentamiento, el 29 de mayo de 2009, cuando unos ochenta manifestantes del asentamiento, al volver de una movilización de apoyo a una curtiembre, atravesaron Villa Giardino. Terminaron a los tiros. En ese marco, un vecino de Giardino, Antonio Baldassare, inmigrante e imprentero sin antecedentes penales, mató al joven cartonero Contreras.
El libro de Licitra intenta entender esa muerte. Retomar la noticia, a la que casi todos los diarios le habían dedicado espacio en tapa, pero a partir de la mirada de la autora. Más allá de las fracturas sociales evidentes del conurbano, Josefina identificó líneas de fractura más sutiles: las que se abren entre los miembros de una clase media empobrecida y sus nuevos vecinos indigentes, y contó esa historia con una claridad conmovedora.
El libro de Mantero se propone «contar en primera persona la vida de un pobre en la Argentina». La autora venía trabajando desde 2001 en el tema de las ONG y los líderes sociales. En ese marco, se preguntó sobre las motivaciones de la gente que levanta cabeza para ayudar a los otros, y Barrientos tenía una vida fascinante. Nacida en Santiago del Estero, padeció muchas de las tragedias que afectan a las mujeres pobres: migración interna, maternidad adolescente, vida en la villa, cartoneo. Hoy su presente es muy distinto. Para la autora, «Margarita es, de algún modo, un símbolo de las problemáticas que afectaron a los desclasados de este país durante el último medio siglo. La vida de Barrientos es casi una excusa para contar una problemática que afecta a otros miles».
El libro de Premat, Curas villeros. De Mugica al padre Pepe (Sudamericana), tiene como punto de partida una investigación sobre el padre Carlos Mugica, que la autora inició en 2004, cuando se cumplieron 30 años de su asesinato. Esa historia, para ella, también es representativa de una realidad más amplia: en este caso, los cambios que atravesaron el país y la Iglesia en los años 60, que sirvieron como disparadores para investigar a los curas que trabajan en la actualidad, en las condiciones más extremas, para sacar a sus seguidores del flagelo del «paco», de la delincuencia y la precariedad educativa, laboral y sanitaria.
-En los tres casos, ustedes emplean la primera persona, se muestran ante el lector dispuestas a contar determinadas historias a partir de lo que perciben, lo que entienden, lo que ven. ¿Cómo juegan las ideas previas, los prejuicios, en la investigación y la construcción del relato?
S. Premat: -Es necesario despojarse de prejuicios, prestarse física y mentalmente a la experiencia que te toca contar. Yo me propuse mirar lo que los curas miran, más allá de lo que ellos me dejaran mirar.
L. Mantero: -Por mi parte, intenté explicitar mis prejuicios y después dejarme contagiar, tratar de registrar la complejidad. Me parece que mostrar lo que a uno le pasa juega en muchos casos a favor del texto y habilita cierta empatía por parte del lector. Nosotros operamos como puente entre el lector y un mundo que, de otro modo, difícilmente llegaría a conocer. Hay que transparentar también que la que ofrecemos como autoras es sólo una de las miradas posibles, un recorte.
J. Licitra: -Anaïs Nin dijo: «No miramos los hechos como son sino como somos». Es la mirada lo que está en juego. En el trabajo del cronista se ponen en juego su origen, su subjetividad, sus ideas. Eso se carga, vaya uno al asentamiento o vaya uno a entrevistar a Guillermo Francella: siempre llegamos con ideas previas. Quizá lo que permite el formato del libro sea estilizar y enunciar el prejuicio, incorporarlo al punto de vista. Como en no ficción se trabaja con elementos de la narrativa, el narrador es también una suerte de personaje. Eso es lo que permite explicitar todo lo que uno esté dispuesto a decir sobre lo que va viviendo. Y en ese sentido, ese recurso aporta, enriquece tu pacto de fidelidad con el lector. Uno debe, ante todo, ser honesto.
-¿Qué creen que este tipo de textos, que habilitan y transparentan una mirada subjetiva, pueden aportar al periodismo tradicional?
J. L.: -En general, el trabajo en los diarios o los noticieros está condicionado por la urgencia, mientras que la crónica permite trabajar y exponer los temas en toda su complejidad, atendiendo a los detalles, a lo que corre por debajo de la superficie, darle al hecho noticioso una profundidad que en el momento en que fue presentado originalmente puede no haber tenido. Con respecto al asesinato de Contreras, por ejemplo, dada la velocidad con la que se trabaja, se habían propuesto enfoques de la noticia bastante superficiales, incluso maniqueos. La crónica, en cambio, ayuda a comprender que en esa historia no hay buenos y malos, sino un conflicto más complejo e interesante, que vale la pena conocer. Nos permite mostrar la grieta menos visible, tanto de la noticia como del mismo narrador.
L. M.: -Coincido, la crónica permite profundizar esa mirada que muchas veces se ve tan condicionada, por falta de tiempo o por los códigos básicos del periodismo, que muchas veces llevan a presentar una determinada situación ya masticada, como si fuera indiscutible, con intereses muchas veces evidentes en juego. Entiendo que a la hora de escribir una historia hay que mostrar todos los elementos de que se dispone (distintas voces, fuertes representativas, datos, incluyendo la figura del narrador en algunos casos) es la mejor forma de que el lector pueda sacar sus propias conclusiones.
-Los medios suelen instalar ciertos lugares comunes en relación con la pobreza. ¿Cómo les huyeron a esas versiones, seguramente más planas, de lo que tal vez sea la realidad de las clases bajas y su relación con las clases medias?
J. L.: -Los medios suelen instalar dos discursos predominantes: el de los pobres pero honrados, un poco más romántico, y el de los marginales o peligrosos. Yo nunca me sentí representada por ninguno de los dos extremos. Uno es una persona que trabaja de periodista y cuenta a partir de su mirada, que en mi caso ni romantiza ni demoniza: intenta entender, intenta contar. En cualquier territorio, uno intenta salirse del lugar común y del prejuicio. El otro día, por ejemplo, fui al Iberá, donde un extranjero llamado Tompkins, parece querer comprarse todo lo que ve. Yo fui cargada de prejuicios, odiándolo. Pensaba: «el gringo comprador de tierras», y me encontré con un conservacionista radical, lo que me llevó a modificar mi postura, mi mirada. Siempre, no sólo respecto del tema de la pobreza, estamos poniendo en juego impresiones que sobre la marcha corregimos. El desafío es ver más allá de lo que los otros esperan que veas.
S. P.: -La astucia del periodista está en ir revelando su mirada de la manera más auténtica posible.
L. M.: -El cronista está descubriendo y al mismo tiempo está narrando. La realidad está llena de matices, llena de complejidades que deben ser explicitadas.
-El escritor Juan Villoro define la crónica como «literatura bajo presión», ¿ustedes piensan que el también llamado periodismo narrativo está más cerca del periodismo o de la literatura?
J. L.: -Es una forma de literatura, es literatura de no ficción. Si se trabaja realmente a conciencia y se construye un texto trabajado, con elementos narrativos y con ambición estética, el de la crónica es un ejercicio literario. La calidad no pasa por la ficción -que parece tener más prestigio- o por la no ficción, sino por cómo esté realizado el trabajo. ¿La peor autora de chick lit [literatura para chicas] es considerada escritora y el trabajo de una periodista de no ficción es desmerecido? No me parece justo ni cierto. La narrativa de no ficción es literatura, lo que se modifica es el límite en cuanto a la invención: lo que narra el cronista debe ser cierto, debe haber ocurrido o estar ocurriendo. No hay lugar para la fantasía pura.
S. P.: -Yo entiendo que es un trabajo periodístico que admite numerosas licencias. Personalmente, no me siento escritora.
L. M.: -Entiendo que la no ficción es literatura, aunque también me siento más cerca del periodismo. Creo que el periodismo evoluciona en esta dirección, de todos modos: va volviéndose más permeable, se ve cierta apertura. Coincido en que el límite que divide aguas es el de literatura de ficción y de no ficción, no tanto el de periodismo y literatura. Me parece que los periodistas hemos mirado siempre a los escritores como desde abajo, y que afortunadamente empezamos a subir peldaños para mirarlos de frente, de forma lenta pero irreversible.
– ¿Sienten que el hecho de estar escritos por mujeres define a los textos en algún sentido? ¿Existe un punto de vista femenino?
-J. L.: -El escritor no tiene género, es escritor a secas. Obviamente, el hecho de ser mujer puede ser determinante a veces, pero del mismo modo que tu capacidad para vincularte, o cualquier otro rasgo de la personalidad de cada una. En mi caso, por ser mujer recibí el cuidado y la protección de este puntero que me hizo de guía, pero no siento que el género haya sido determinante para mi escritura. Quizá sea una decisión política la de no detenerme en mi condición de mujer. Una también es su género, pero ¿quién dice que un varón podría haber hecho el trabajo sintiéndose más cómodo o más seguro? Creo que hay cronistas que hacen un tema de su cuerpo y su condición de mujeres, como la peruana Gabriela Wiener. Hay otras, como Leila Guerriero o Alma Guillermoprieto, que no hacen un tema de su condición de mujeres. La limitación, en estas situaciones, está dada en todo caso porque uno es extranjero en ese territorio que narra, uno es sapo de otro pozo, más allá si se es mujer u hombre.
L. M.: -Pienso que, aunque no es el género femenino lo que define la particularidad del texto, hay en juego algo de nuestra mirada como mujeres que, aunque no seamos del todo conscientes, nos define. Una mirada que está presente cuando entablamos vínculos, cuando experimentamos, cuando escribimos. Hay una especificidad de género, pero en la definición de un determinado tipo de literatura o de periodismo, esa especificidad es uno más entre los diversos elementos que se juegan.
S. P.: -Creo que la sensibilidad, y no el género, es el factor que habilita el trabajo del cronista.